Casa de la Real Aduana (Puerto de la Cruz)
Esta casa data del S. XVII (1620), y es el único edifico de carácter civil de ese siglo que se conserva en el casco urbano del Puerto de la Cruz.
Orígenes históricos de su entorno
Los aledaños de la Casa de la Aduana, en el espacio conocido desde sus inicios como Puerto de la Cruz de la Orotava, surgieron desde principios del S. XVI como lugar de salida de las producciones del Valle de la Orotava. La pequeña caleta del Charco servía, no sin cierta dificultad, como embarcadero. El intenso oleaje en invierno y las dificultosas condiciones naturales para el acceso obligaban a los barcos a asentarse a poca distancia, transportándose la carga por medio de barcas.
El Cabildo de La Laguna – por aquél entonces capital de la isla – acuerda la construcción de un muelle para facilitar estas operaciones.
Casa ligada al puerto
La Casa de la Aduana fue erigida a partir de 1620 por la familia Franchy, coincidiendo con un gradual asentamiento en el Puerto de la Cruz de una rica y poderosa élite mercantil de procedencia foránea, entre los que destacaban portugueses, ingleses, franceses y catalanes; de ahí el interés de la oligarquía orotavense por controlar en su provecho el proceso de expansión de lo que sería el puerto principal de salida de sus producciones, destacando entre ellas el vino de malvasía.
No en vano S.M. El Rey don Felipe IV en su Real Orden de 1648 otorgó al Puerto de la Cruz el título de "Llave de la isla", como se simboliza en su escudo heráldico.
Por Casa de la Aduana se entendía el conjunto arquitectónico formado por la Batería de Santa Bárbara, el antiguo resguardo de la Real Aduana y la vivienda de los Prieto – Alfaro, descendientes de los Franchy; quienes la arrendaron a la Real Hacienda para acomodar en ella las dependencias de las aduanas como residencia de los almojarifes o administradores hasta 1833, año en que pasa a Santa Cruz de Tenerife.
En 1689 contaba el Puerto de la Cruz con 596 casas y 2605 habitantes, alcanzando su mayor desarrollo en la segunda mitad del S. XVIII, propiciado por la destrucción del cercano puerto de Garachico tras la erupción volcánica de 1706, con un activo comercio tanto local como extranjero.
Su ambiente cosmopolita no pasó desapercibido y causó la admiración del propio Humboldt en 1799.
Al comienzo del S. XIX vive el Puerto sus últimos momentos de esplendor, pasando a ser el principal centro mercantil de Canarias y contándose a cientos los buques que arribaban, en su mayoría de nacionalidad norteamericana por tratarse de una nacionalidad neutral durante las guerras napoleónicas.
Tras este espejismo, surgió una crisis de una intensidad hasta entonces desconocida.
La emigración fue masiva y el viñedo caía en picado debido a las plagas, por lo que el Puerto de la Cruz pasó a ser un centro mercantil secundario.
Distintos usos de la casa
Muchos son los usos que se han dado a la Casa de la Aduana desde su origen. Su misión inicial era gestionar y vigilar que las normas legales de tránsitos se cumplieran, pero no fue éste su único destino. Sus estancias bajas fueron también sede del Consulado Británico.
La Casa compartió los momentos más apasionantes de la historia local del Puerto de la Cruz, protagonista en fiestas, complots políticos, transacciones comerciales de dudosa legalidad, juegos, comidillas sociales, tertulias, conciertos y escandalosas huidas con damas de la alta sociedad.
Sus balcones y ventanas fueron testigos de numerosos actos y eventos que acontecieron más allá de sus paredes, formando parte de la extraordinaria configuración urbana que la ciudad tenía y que constituía uno de los centros de arquitectura doméstica más originales de Canarias.
En el Puerto de la Cruz surgió un nuevo modelo económico, el turismo, aunque éste se había ido desarrollando a la sombra de la actividad comercial desde inicios del S. XIX, transformando completamente la ciudad, pero desgraciadamente sin conservar el magnífico legado de su arquitectura.
La Casa de la Aduana sobrevivió a esta transformación urbanística gracias a la familia Baillon, quien adquirió la casa en 1963, usándola como residencia personal y a la vez manteniendo una parte abierta al público.
La batería de Santa Bárbara
Las costas de las Islas Canarias se vieron obligadas a fortificar sus puntos más estratégicos, ya que no se libraron de la presencia de piratas y corsarios, sobre todo en el periodo comprendido entre finales del S. XVI y mediados del S. XIX.
La batería del muelle o de Santa Bárbara es una de las más antiguas del Puerto de la Cruz. Data del S. XVII y en 1741 se llevó a cabo su ampliación y renovación. De forma semicircular, contaba con un muro empalizado, una garita y una caseta que servía de polvorín adosada a la trasera de la Casa de la Aduana. Su misión era defender los barcos que fondeaban en el “Limpio de las carabelas” de los ataques de piratas o corsarios. Contaba con cuatro cañones del calibre 12, dos de hierro y dos de bronce, luciendo éstos las armas de Portugal y de Holanda, pues provenían de un barco holandés que le había sido entregado al Capitán General de la isla, Don Luis de Córdoba.
La Casa de la Aduana alojó en sus habitaciones más cercanas a la batería al comandante de la institución. Por ello contaba la casa, tras su remodelación, con una entrada conectada a la zona militar (hacia la plataforma del muelle), además de la entrada principal, de carácter civil, en su fachada de la calle de Las Lonjas, comunicándose ambas por un patio central.
En 1810, el espacio exterior común de la casa y la batería fueron testigos de un suceso que marcaría una de las páginas más negras de la historia local, hecho conocido como el "Motín de los franceses", cuya consecuencia fue el cruel linchamiento de dos pacíficos franceses que vivían en el Puerto de la Cruz y que fueron acusados de colaboradores con las tropas napoleónicas, que por esas fechas se enfrentaban a las españolas en la Guerra de la Independencia.
La batería se desartilló por Real Orden de 25 de Julio de 1878 y fue declarada en 1924 inadecuada para las necesidades del ejército, siendo derribada a petición del alcalde D. Melchor Luz, para permitir el acceso a los camiones que iban a descargar fruta para ser embarcada en el muelle.
Reparación de embarcaciones
En numerosas ocasiones la plataforma que fuera de la batería se convertía en improvisados astilleros, donde se han construido y reparado numerosas embarcaciones para la pesca en el litoral. Hoy se conservan de la misma los muros que dan hacia el mar y la escalera para acceder a él como prueba testimonial de la historia de esta ciudad.
Una cruz llamada La Carola
Adosada a la Casa de la Aduana aparece una cruz llamada "La Carola". Se trata de la más antigua de las que se tiene noticia en el Puerto de la Cruz, tal vez la primera, la que marcó la cristianización y de donde tomó el nombre la ciudad.
Se sitúa junto a las escalinatas que antes servirían para dar salida a los pasajeros del control de pasaportes y aduanas. Posee dos sudarios, el más antiguo es el que se coloca en la cruz de la vecina Casa Miranda. El otro está confeccionado con tela e hilos traídos desde Londres.
De grandes proporciones (243 cm. x 205 cm. ; ancho 15 x 15 cm.) y de sección octogonal, es la última cruz que ven los marineros cuando se hacen a la mar.